En estos últimos meses y semanas, llenas de cambios, de prisas, de ideas, de moldear y repasar proyectos, quiero aportar un grano más a este reto. Contar mi experiencia con la discapacidad y la dependencia desde esta pequeña parcela.
Llevo más de una década, colaborando de varias formas con las personas mayores. Adultos Mayores, que les decimos ahora. Muchos de ellos “más sanos que un pero”, que se dice por Extremadura, mi tierra. Pero muchos de ellos, ya han llegado a esa situación de fragilidad en la que cualquier cuidado, debe hacerse además con mimo.
En estos últimos meses y semanas, llenas de cambios, de prisas y de ideas, he tenido la oportunidad de viajar un poco más lento y he encontrado más huecos de lo habitual para mirar fotografías, una tarea que me apasiona. En esas fotos he ido observando, como una persona muy importante en mi vida, ha ido evolucionando a su ritmo, con sus cambios, sus prisas y sus pausas e igualmente ha ido evolucionando su enfermedad. Esa persona es José, mi padre, agricultor y con Parkinson hace casi veinte años.
Pongamos que hablo de José, pero hay miles de “Josés” por el mundo. Personas que reniegan de su enfermedad y luchan cada día por olvidar que existe, por combatirla, por trabajar contra su particular naturaleza que lo va envolviendo cada día más de una fragilidad que da miedo.
José puede ser cualquiera, a cualquiera nos puede tocar esa particular papeleta, y lo mejor es aprender a convivir con ella, con su particular forma de cambiar tus hábitos, tus costumbres, incluso tus retos. Cada día van llegando nuevos hábitos, costumbres y retos, que te van haciendo cada vez más frágil pero a la vez más fuerte.
En estos años que llevo más cerca de la discapacidad y la dependencia, voy conociendo cada vez más casos de héroes que padecen y ayudan en el padecimiento a hacer de esta palabra mediocre “padecer”, un verbo casi olvidado.
Pongamos que hablo de José, aunque hay miles de “Josés” por el mundo.