¿Cómo seré cuando sea viejo?, ¿tendrán que cuidarme?, ¿estaré solo?
Seguro que te has hecho estas preguntas alguna vez. Probablemente habrás bromeado, e incluso, con sus respuestas, porque lo ves como algo muy lejano.Tal vez ahora te sientas fuerte y pienses que eres capaz de todo, que ya habrá tiempo para pensar en ello, cuando llegue el momento por eso hoy vamos a hablar de la la fragilidad en la vejez.
Sin embargo, el tiempo va pasando, silencioso, discreto, inadvertido….
Pasan los años hasta que llega un momento en que te das cuenta de que las cosas ya no son como antes. Los problemas son más pesados y, las soluciones ya no son tan sencillas y rápidas. La cesta de la compra pesa más; ahora procuras hacerla en dos veces, porque no puedes con el carro. El deporte, si es que lo practicas, se ha vuelto muy ligero; ¿dónde quedaron las carreras que yo hacía hace poco?; ahora han pasado a ser paseos a ritmo ligero, pero nada más. Las comidas bajas en sal y grasas han sustituido aquellos platos descuidados, a los dulces en el postre y el picotear antes de comer. No, las digestiones ya no son como antes.
¿Ves? Ha pasado el tiempo y sin que te des cuenta ha causado un efecto que no es agradable. Las cosas ya no son como antes y, la mayoría de las veces, el efecto que conlleva no nos gusta.
Pasa el tiempo e irremediablemente nos hace frágiles. Nos hace vulnerables ante lo más cotidiano. Una simple infección, una gripe, puede llevar al más fuerte a pasar unos días en cama. Por no hablar de las temibles caídas.
Es implacable el tiempo. Hagas lo que hagas llegará un momento en que se apodere de ti, de tus fuerzas, de tu agilidad, de tu capacidad para hacer cosas y hasta de recordar. La fragilidad en las personas es cuestión de tiempo.
Nacemos desnudos, indefensos y al amparo de alguien que nos cuide y nos alimente; que nos de todo su cariño y nos enseñe a ser fuertes para poder enfrentarnos a la vida. Durante un tiempo, somos como guerreros, con una gran armadura que nos protege de todo; nos vemos fuertes y si es preciso nos ponemos al mundo por montera, hasta lograr lo que queremos; a saber, unos estudios, unas vacaciones, una familia, trabajo sin descansar, vacaciones, vivienda e hijos. Es nuestro momento más fuerte. Sentimos que podemos con todo y no necesitamos a nadie que nos diga qué hacer y qué no, e incluso dejamos atrás a aquellos que no siguen nuestro ritmo. Y luego….
Luego volvemos a vernos desnudos, de nuevo esperando que alguien nos cuide y nos proteja de aquello que nos supera. Volvemos a sentirnos cada vez más dependientes. De nuevo volvemos a la fragilidad con la que nacimos.
Si la vida es un ciclo, debemos de estar preparados para lo que viene, para el siguiente paso. Vivimos en una sociedad que está cada vez más envejecida, al amparo de ser cuidada y protegida por los caballeros de la fuerte armadura. Para ello, es necesario educar a las generaciones venideras no solo en conocimientos, sino en valores. La solidaridad, la comprensión y el respeto hacia los mayores es fundamental para convivir juntos y aceptar las diferencias. Para afrontar los cuidados y las necesidades de una tercera generación que, a pesar de su fragilidad, de su dependencia, tiene mucho que aportar a este nuevo modelo de familia y sociedad.
Fragilidad en la vejez. Nadie quiere ser viejo.
Luchamos por conseguir la fórmula de la eterna juventud, que hasta ahora, nadie ha conseguido. No nos gustan las arrugas, ni el pelo blanco ni la flacidez del cuerpo que antes o después aparecerá. Pero la vejez ahí. Silenciosa, discreta e inadvertida nos espera a todos; y todos nos sentaremos a su lado a ver pasar el tiempo. Entonces, nos abrazará con sus largos y arrugados brazos hasta hacernos como ella, FRÁGILES ante las adversidades.